En el templo de Apolo en Delfos podía leerse la máxima más famosa de la antigüedad: “conócete a ti mismo”, como el gran secreto del oráculo. Aunque se desconoce su autoría, este aforismo ha trascendido a lo largo de la historia de la humanidad sin que hayamos entendido el poder transformador o de “Santo Grial” que conlleva.

Decía Sócrates que “quien con arte es autor de tragedias, lo es también de comedias”. Y ciertamente somos autores de nuestras vidas. Cada decisión que tomamos nos acerca a un lugar y cada decisión, consciente o inconsciente, viene determinada por un pensamiento previo. Ese pensamiento ha generado en nosotros una emoción; y es esa emoción la que nos impulsa a la decisión, y a la acción, que nos lleva a puertos que a veces no son los deseados.

Diseñar una estrategia que nos permita llegar al puerto deseado sólo puede lograrse tomando decisiones desde el cerebro consciente. Es decir, conociendo nuestros límites, nuestros miedos, nuestros recursos etc. Lo contrario sería tomar decisiones sin sopesar el magma que somos y hacernos rehenes de nuestras creencias no revisadas  y/o contravalores alimentados por la atrofia de nuestros valores. De aquí la importancia de poner en práctica el sabio propósito esculpido en piedra: “Conócete a ti mismo”. Si no te conoces, ¿cómo puedes saber cuáles están siendo los frenos que te impiden llegar a tu puerto soñado, qué velas izar si no sabes de dónde sopla el viento?

Desde estas líneas te animo a que empieces tu camino de autoconocimiento. Y si ya lo empezaste y la falta de coraje te hizo desistir, te animo a que lo retomes con la inocencia propia de un niño que no sabe de juicio ni de culpas. El bien y el mal no existen como tal, sólo existen las acciones que nos acercan o nos alejan de nuestra esencia, sólo existen los actos que mirados con la perspectiva del tiempo se nos antojan erróneos o poco afortunados. Sin embargo, fueron el resultado de las decisiones que supimos tomar en su momento.

He reflexionado mucho sobre qué es lo que nos resulta tan difícil a la hora de elegir el camino del autoconocimiento, siendo éste la llave que abre la puerta de nuestra madurez o satisfacción plena. Mi conclusión ha sido que no podemos soportar el sentimiento de culpa, tan doloroso, que nos aturde cada vez que arrojamos luz sobre algún aspecto de nuestro comportamiento pasado que nos desagrada.

Entrenar la compasión para con nosotros mismos es un ejercicio que ayuda mucho en este camino de autoconocimiento o autodescubrimiento de nuestras luces y sombras. Y si no fueses capaz de generar la emoción de la compasión para contigo mismo, al menos di “alto” cuando aparezca el menor destello de culpa en la revisión de tu historia vital. Recuerda siempre que en ese momento hiciste lo que entendías como correcto.

¡Feliz  Camino!

¿Del 1 al 10 cuanto dirías que crees conocerte? Déjame tu reflexión en los comentarios 😉